Monasterio

Sus comienzos

SU HISTORIA

Sus comienzos

El edificio fue construido íntegramente de ladrillo y cal. Está compuesto por dos plantas dominadas por dos imponentes claustros, uno alto y otro bajo, con el correspondiente número de celdas para albergar cuarenta monjas conventuales. La circulación se desarrolla en torno a un patio central.

La planta baja está formada por varias celdas y corredores con techos abovedados. En la planta alta, además de las celdas, se encuentra una pequeña habitación de planta cuadrada, cubierta con una cúpula con linterna, que se comunica visualmente con el presbiterio de la iglesia. Según algunos historiadores, era conocida como la capilla del noviciado.

Entre los trabajos adicionales realizados por el capitán Juan de Narbona – según escribe Andrés Millé – figuran dos pasillos laterales a la iglesia que parten del coro alto, utilizados por las religiosas para observar la misa sin ser vistas. En los pasillos del claustro de la planta alta se encuentran dos cruces moldeadas en el revoque de la pared, detalle característico del constructor. Asimismo, son de su autoría las seis capillas laterales, cinco confesionarios y varias celdas.

Según un informe del licenciado Albarden en 1770, el monasterio se encontraba en muy buenas condiciones, sus celdas altas y bajas, la iglesia, sacristía y coros “muy limpios y hermosos”. Tenía un total de treinta y seis celdas, de las cuales una era el refectorio, otras tres servían de despensa y a continuación una como cocina para la Comunidad, dos servían de noviciado, otras dos como sala de labor, dos de guardarropa y otra como cocina para enfermas. Al ser utilizadas tantas habitaciones para dichos servicios, no había suficientes para dormitorios y las monjas se repartían de a dos y tres por celda.

Originalmente, el ingreso al monasterio estaba ubicado sobre la actual calle San Martín. En el año 1875 se clausuró esa puerta y se edificó la portería en la calle Viamonte, acercándola más a la sacristía para mayor comodidad de la Comunidad y los capellanes.
El monasterio fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1975.

Barrio del Retiro o de las Catalinas

En el momento de su creación, 1745, ocupó la manzana de las actuales calles San Martín, Viamonte, Reconquista y Córdoba, en el límite del ejido urbano, en zona de quintas. En 1769 se demarcaron los límites parroquiales correspondientes a 6 parroquias: Catedral, San Nicolás, Socorro, Piedad, Montserrat y Concepción, quedando el Monasterio dentro de la zona de Catedral al Norte.

Su ubicación era próxima al Retiro, zona que debe su nombre a la Compañía de Inglaterra “Mar del Sur”, asiento del Mercado de Esclavos, quien lo llamó así porque la Real Cédula que autorizaba su establecimiento estaba dictada en el Palacio del Buen Retiro de Madrid. El conjunto arquitectónico de “las Catalinas”, como lo conocía la gente, estaba rodeado por un muro blanco, lo cual visto desde lejos y debido a que era zona alta parecía un castillo, llamaba la atención de viajeros y fue tomado como punto de referencia.

En 1874 la zona recibió un gran impulso comercial con la instalación de la gran empresa “Muelle de Catalinas” en terrenos entre Paraguay y Viamonte, con líneas férreas y depósitos. Por esas fechas sufrió Buenos Aires el impacto de la fiebre amarilla, lo que motivó que las familias tradicionales que vivían en Montserrat pasaran a edificar sus nuevos palacetes – debido a la influencia francesa imperante- en lo que se llamaría “ el barrio Norte”, es decir al norte de la Catedral, lo que hoy sería Retiro y Recoleta. En 1889 se construyó frente al Monasterio el edificio del “Bon Marché”, posteriormente adquirido por el Ferrocarril del Pacífico para oficinas y locales y que hoy es un centro comercial.

A partir de la ordenanza Municipal de 1972 el emplazamiento de Santa Catalina es en el barrio de San Nicolás

 

La inauguración

Cinco religiosas del Monasterio de Santa Catalina de Siena de la ciudad de Córdoba fueron elegidas Madres fundadoras del convento de Buenos Aires. Las monjas tardaron alrededor de quince días en hacer el trayecto, llegando a Buenos Aires el 25 de mayo de 1745. Debido a que el monasterio aún no estaba terminado, se alojaron provisoriamente en una casa preparada especialmente, con su pequeña clausura y capilla. Allí permanecieron varios meses hasta la solemne inauguración el 21 de diciembre del mismo año.

Ese día, las Madres fundadoras y las cinco postulantes que entraron en esos meses, fueron conducidas en carruajes hasta la Catedral de Buenos Aires donde comenzaron los actos, con la presencia del Gobernador maestre de campo don José de Andonaegui. De allí salieron a pie en procesión hacia el monasterio, acompañadas por los miembros de los dos Cabildos, eclesiástico y secular, y las Órdenes Religiosas de la ciudad, franciscanos, dominicos, jesuitas y mercedarios. El Obispo Fray José de Peralta llevaba personalmente el Santísimo Sacramento descubierto. El pueblo de Buenos Aires estaba de fiesta, las campanas del nuevo monasterio se unían a las de la Catedral y demás templos, las calles estaban adornadas, y las ventanas vestidas con estandartes y tapices. La ciudad permaneció iluminada tres noches en señal de regocijo público. En el monasterio, las fiestas religiosas duraron tres días.

Vida en el Monasterio

Las Monjas Catalinas que habitaron el monasterio hasta el año 1974, pertenecen a lo que se denomina la Segunda Orden Dominicana, siendo la Primera Orden la de los Padres Dominicos o Frailes Predicadores. Esta Orden fue fundada por Santo Domingo de Guzmán a principios del siglo XIII. Dedicadas a la vida contemplativa, su ideal es tender a la perfección por medio de la oración y la penitencia.

La clausura de las monjas era absoluta. La Misa Conventual y la Comunión diaria constituían el centro de la vida espiritual del monasterio, regida por la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia.

De acuerdo con el designio de su fundador, el Presbítero Dr. Dionisio de Torres Briceño, las religiosas de Santa Catalina se caracterizaban por su austeridad. Debían llevar el rostro cubierto con un velo; un vestuario y calzado completamente modestos; y tenían prohibido usar alhajas, relojes, abanicos, rosarios curiosos, y cualquier otro elemento que desmereciera la santa pobreza y desapego con lo material. Asimismo, las celdas debían estar equipadas con lo indispensable.

Como parte de su vida cotidiana, además de dedicarse a la oración, las monjas realizaban diversos trabajos como la encuadernación de libros, restauración de obras de arte, confección de ornamentos religiosos, y sobre todo, bordados y costura. También se dedicaban a la literatura, a la poesía y a la música. Aún se conservan composiciones poéticas de Sor Cayetana del Santísimo Sacramento, y muchas religiosas formaron parte del coro del convento, cantando en las misas solemnes. Otras monjas se desempeñaron como organistas.

Los capellanes también cumplieron un rol importante en la obra del monasterio. La capellanía de Santa Catalina fue siempre la más importante de las ejercidas en Buenos Aires por miembros del clero secular. Fue desempeñada por muchos sacerdotes que después pasaron a ejercer curatos o fueron promovidos a dignidades más elevadas.

Desde que abrió sus puertas al culto divino, la Iglesia Santa Catalina de Siena se convirtió muy pronto en un foco de atracción para los creyentes. Las celebraciones religiosas se distinguieron por su recogimiento, y su púlpito fue siempre frecuentado por los más ilustres oradores sagrados de Buenos Aires, en particular por los de la Orden Dominicana

 

El Monasterio, protagonista de nuestra historia

Santa Catalina se encuentra ligada a importantes acontecimientos de la historia argentina.
En 1755 las Monjas Catalinas bordaron el Real Estandarte de la Villa de Luján, a pedido del protector del monasterio, don Juan de Lezica y Torrezuri, gran benefactor de la Villa de Luján y por largos años su Alférez Real. Los estandartes simbólicos representaban a la persona del Rey de España y de las Indias, y la ceremonia de sacarlo a la calle durante actos de gran pompa, constituía un homenaje que significaba sumisión y obediencia a la metrópoli.

Asimismo, junto con las Monjas Capuchinas confeccionaron 4.000 escapularios con la imagen de Nuestra Señora de La Merced para los jefes y soldados del ejército del Norte, liderado por el general Manuel Belgrano, en la época de la Independencia.

A fines del siglo XVIII, Santa Catalina era el lugar elegido por la cofradía de plateros, dedicados al arte de la platería, para celebrar la festividad de su Santo Patrono, San Eloy. Este Santo, nacido en Chatellat, Francia hacia el 587, fue uno de los más bellos ornamentos de la iglesia. La conmemoración se realizaba todos los 1º de diciembre y consistía en una misa cantada con sermón y asistencia de los artesanos.

El monasterio también adquirió protagonismo durante la 2ª Invasión Inglesa, cuando fue tomado como baluarte por las tropas inglesas, junto con Santo Domingo, San Ignacio, La Merced, San Pedro Telmo y el Retiro.

En la mañana del día 5 de julio de 1807, cuando el ejército británico se dispuso a conquistar Buenos Aires, el monasterio fue ocupado por tropas pertenecientes al 5º regimiento inglés. Los atacantes penetraron por la pequeña puerta del comulgatorio que comunica con el coro bajo y permanecieron en Santa Catalina hasta el día 7 del mismo mes.

Encerradas en una celda a oscuras y sin otro alimento que “…el Santísimo Cuerpo de nuestro amabilísimo Redentor Jesucristo en la comunión del día anterior…”, las religiosas no fueron agredidas físicamente por los soldados. El convento sufrió un destrozo importante: ropas, camas y muebles fueron robados, rotos, o utilizados para los enfermos. El templo fue profanado; rompieron imágenes, robaron adornos y los pocos vasos sagrados que no se habían enterrado.

Tras la rendición de los ingleses el 7 de julio, Santa Catalina, como la mayoría de los conventos y varias casas de familia, se convirtió en un hospital improvisado para asistir a los heridos de ambos bandos.

Durante la reforma eclesiástica impulsada por el Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, en 1821, se suprimieron algunas órdenes religiosas y sus bienes pasaron al Estado. Además, se prescribieron rígidas normas para ingresar a la vida conventual, pero tanto el monasterio de las Catalinas, como el de las Capuchinas o Monasterio de Santa Clara, no formaron parte de la reforma y fueron respetados.

En 1974 las monjas dejaron el convento y se trasladaron a la localidad de San Justo. El Cardenal Jorge Bergoglio en marzo del año 2000, ofreció al Padre Rafael Braun la rectoría de Santa Catalina. En marzo de 2001 se iniciaron las obras de restauración a cargo del arquitecto Eduardo Ellis y el equipo de Casa Foa. Desde entonces tanto la Iglesia como el Monasterio funcionan como centro de Atención Espiritual para quienes transitan y trabajan en el Microcentro. A partir del 2011, el padre Gustavo Antico es el nuevo rector de Santa Catalina de Siena.


Bibliografía:

– Udaondo, Enrique, Reseña Histórica del Monasterio de Santa Catalina de Siena de Buenos Aires. Buenos Aires, 1945.
– Braccio, Gabriela (Universidad de Buenos Aires), Una ventana hacia otro mundo. Santa Catalina de Sena: primer convento femenino de Buenos Aires. Colonial Latina American Review, Vol. 9, No. 2, 2000.